Trilogía de una Semana Santa (que no tuvo nada de santa) Parte I
Yo no sé, pero me parece que la ignorancia nos aproxima a la felicidad. Ésta es una de las conclusiones que saqué en mi Semana Santa (que no tuvo nada de santa). Cuando me fui a la cama este sábado, sobre las 2 de la madrugada, ponían en la tele una película bastante malita, pero algo me llamó la atención: la pareja principal, un tío que estaba bastante bueno y su mujer -que estaba aún mejor que él-, en el caso de que tuviesen sus problemas financieros arreglados, no tendrían más problemas en la vida y serían felices para toda la eternidad. Vale, sé que este enredo tan “original” es lo mismo para una gran parte de las películas de la tele, pero no podía dejar de reparar en que sus vidas estaban dominadas por la falta de conocimientos y, por lo tanto, sus objetivos eran de lo más simplista y bien definido posible. La única angustia que tenían era la de conseguir dinero para salir del desierto del Tejas y llegar hasta California para allí conseguir un buen trabajo (el chico soñaba con ser ¡mecánico!).
Y yo aquí, en una pelea sin fin con la memoria, con los trabajos y con mis pensamientos, sufriendo por cosas que no son reales o creando situaciones imaginarias y angustiándome con ellas. No es que yo desee la ignorancia, pero vamos, la vida es bastante más simple y la felicidad se hace mucho más cercana si no tienes muchas inquietudes existenciales. A las 3 de la madrugada decidí apagar la tele. Y entonces empezó la pesadilla. Yo no sé como mi cabeza consigue pensar en tantas cosas al mismo tiempo y llegar a tantos lugares distintos en tan poco tiempo. Generalmente, cuando me acuesto, me vuelvo bastante obsesiva y a veces llego a pensar que quizá yo no sea una persona muy normal. El hecho es que, en este momento, la parejita de la peli -el tío cuadrado y la tía rubita- se burlaron de mí, como diciendo: “¿ves?, nuestros problemas acabaron, los tuyos apenas empezaron”. Y tenían la razón. Hoy, a las 2 del mediodía, yo estoy muy cansada y mentalmente lenta. No sé por dónde empezar el día y aún parezco una zombi, todavía sin haber salido de mi letargo. Y mi Semana Santa (que no está teniendo nada de santa), aún no ha terminado.
Y yo aquí, en una pelea sin fin con la memoria, con los trabajos y con mis pensamientos, sufriendo por cosas que no son reales o creando situaciones imaginarias y angustiándome con ellas. No es que yo desee la ignorancia, pero vamos, la vida es bastante más simple y la felicidad se hace mucho más cercana si no tienes muchas inquietudes existenciales. A las 3 de la madrugada decidí apagar la tele. Y entonces empezó la pesadilla. Yo no sé como mi cabeza consigue pensar en tantas cosas al mismo tiempo y llegar a tantos lugares distintos en tan poco tiempo. Generalmente, cuando me acuesto, me vuelvo bastante obsesiva y a veces llego a pensar que quizá yo no sea una persona muy normal. El hecho es que, en este momento, la parejita de la peli -el tío cuadrado y la tía rubita- se burlaron de mí, como diciendo: “¿ves?, nuestros problemas acabaron, los tuyos apenas empezaron”. Y tenían la razón. Hoy, a las 2 del mediodía, yo estoy muy cansada y mentalmente lenta. No sé por dónde empezar el día y aún parezco una zombi, todavía sin haber salido de mi letargo. Y mi Semana Santa (que no está teniendo nada de santa), aún no ha terminado.
3 Comments:
El dienero sirve para tener cosas... y san se acabó.
Por qué no ha sido santa tu semana... lo repites varias veces.
¿Alguna sórdida historia con la que nos puedas alegrar los tedios de la memoria?
Pablote, esto es una trilogía. Las respuestas luego surgirán…
Lo cierto es que cuando uno sabe menos, sufre menos porque tiene menos cosas para preocuparse y menos elementos para buscar angustias. También imaginas menos. Esto se puede entender si pensamos en cuando éramos niños. Te decían: "no hagas esto, no hagas lo otro" y las razones eran porque te puedes hacer daño, porque te puedes caer, porque te puedes tragar el chicle, porque puedes prender fuego a la casa... Tú, como no lo sabías, vivías ajeno a esos peligros. Cuando los sabes, ya no. Y además imaginas otros nuevos. Es un ejemplo demasiado simple, pero creo que haciendo paralelismos se llega a concluciones demasiado aterradoras.
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